La vida y la literatura
Las sentencias de Zadie Smith.
En esta época de mi vida se me hace muy aburrido retomar el estudio de la literatura como si estuviera praticando el más sancto oficio de diseccionador; por ahora, lejos de los canones y de la semiótica y de las engoladas teorías, prefiero incurrir en la grave falta de la comisión de la escritura de textos de distinto pelaje -aunque todos con el mismo pedigrí mestizo que es el único que me sale- antes que recorrer los manicureados campos de golf de las teorías literarias (no importa que al momento de iniciar el blog ese fuera uno de mis propósitos, total, se cambia de año y se cambia de propósitos, también). Sin embargo, en ocasiones me encuentro con aportes que me quitan el aburrimiento selectivo que me provoca referirme a estos temas. Por ejemplo, un reciente artículo en un periódico británico que además de proponer unas definiciones muy inteligentes se refiere de una manera especial a uno de los efectos que la literatura puede causar en quienes la consumen. “El estilo en la literatura – dice en The Guardian la escritora británica Zadie Smith- es entendido precisamente como una expresión de la personalidad... La personalidad de un escritor es su manera de ser y estar en el mundo: Su estilo al escribir es el rastro inevitable de esa manera.” Sigue dicendo la celebrada autora de Dientes blancos : “..el estilo...(en un escritor) debe verse como la única expresión posible de una conciencia humana en particular. El estilo es la forma con la que el escritor cuenta la verdad. El éxito o el fracaso literario, según esta medida, no depende solo del refinamiento de las palabras en una página, sino en el refinamiento de una conciencia, lo que Aristóteles llamaba la educación de las emociones.”
Y remata con unas elocuentes sentencias: “Los textos mal escritos no causan nada, no cambian nada, no educan ninguna emoción, no remodelan ningún circuito interior, ... en cambio un texto bien escrito nos conmina a aceptar su propia visión. Pasas la mañana leyendo a Chekhov y por la tarde, caminando por el vecindario, el mundo ya se ha tornado “Chekhoviano”.
Ahora que leo a la Smith, (sus palabras ajenas describiendo con precisión una realidad que es muy propia) caigo en cuenta de que yo mismo he sentido esos encantamientos de la literatura. Así si por las mañanas de mi infancia yo leía a Tom Sawyer o alguna novela de Verne, por las tardes ya no era el mismo y en vez de caminar con los amigos por las orillas del tan pedestre río Liberia yo andaba recorriendo el Limpopo o el Mississipi en busca de algún baobab o de la balsa de Huckleberry. Ese es uno de los efectos mágicos de la literatura de los que sí vale la pena hablar.