En algún recodo del camino.
No lo sabía ayer en mi ruta de regreso de Guanacaste cuando, sin mucha velocidad, rayé al camión con placas salvadoreñas propiedad de una compañía con el mismo apellido de algún amigo, según lo proclamaba en colores el rótulo; por eso, quizás, llamó mi atención; por eso y porque la placa del país hermano me hizo por un segundo recordar mi asombro infantil de cuando mi padre -siempre tan callado- me enseñaba la mano de madera pintada de colores que, en aquella época, debían llevar todos los camiones salvadoreños para indicar los giros hacia la izquierda.
No sabía yo el futuro y no lo sabía el chofer del camión salvadoreño que en medio del día feriado avanzaba con calma por esa parte de la carretera Interamericana en dirección a lo que él creía era el destino, que hasta ese momento y sólo por unos minutos más, no era más que el patio donde debería entregar su carga, y recargar, tan pronto como fuera posible, su furgón con la mercadería que debería transportar de vuelta a su país, para volver en un par de días a su casa, en San Salvador o en otra comarca salvadoreña, donde lo esperarían sus familiares, quizás ya acostumbrados a las ausencias que su oficio demandaba. Veinte minutos después de que yo le pasara y de que su matrícula me transportara por un segundo a mi infancia de forastero en Guanacaste, -esa misma zona del Pacífico que yo abandonaba esa mañana con más dudas que prisa-, un furgón ganadero invadió el carril del camión salvadoreño, chocando de frente y ocasionando un incendio en el que inmediatamente falleció el conductor extranjero y otras dos personas que solo pasaban por ahí.
Alguna vez será cuando, en medio de la rutina que conforma nuestra vida, ignorantes como el chofer salvadoreño de que al cabo de solo unos minutos en medio de algún recodo del camino nos espera el estruendo con que acabará nuestra vida, un ruido primitivo, un gran plack que anunciará el Big Crunch cosmológico, la caída en el agujero negro personal, como las graves trompetas de los Jinetes del Apocalipsis, cuando comprenderemos al fin, en ese momento de la extinción, que todo el Universo está compuesto por un solo elemento: uno mismo, que en instantes dejará de ser, culminando entonces en un quedo fervor de despedida y de Juicio Final.
Info del terrible accidente:
http://www.aldia.co.cr/ad_ee/2006/agosto/22/sucesos0.html
No sabía yo el futuro y no lo sabía el chofer del camión salvadoreño que en medio del día feriado avanzaba con calma por esa parte de la carretera Interamericana en dirección a lo que él creía era el destino, que hasta ese momento y sólo por unos minutos más, no era más que el patio donde debería entregar su carga, y recargar, tan pronto como fuera posible, su furgón con la mercadería que debería transportar de vuelta a su país, para volver en un par de días a su casa, en San Salvador o en otra comarca salvadoreña, donde lo esperarían sus familiares, quizás ya acostumbrados a las ausencias que su oficio demandaba. Veinte minutos después de que yo le pasara y de que su matrícula me transportara por un segundo a mi infancia de forastero en Guanacaste, -esa misma zona del Pacífico que yo abandonaba esa mañana con más dudas que prisa-, un furgón ganadero invadió el carril del camión salvadoreño, chocando de frente y ocasionando un incendio en el que inmediatamente falleció el conductor extranjero y otras dos personas que solo pasaban por ahí.
Alguna vez será cuando, en medio de la rutina que conforma nuestra vida, ignorantes como el chofer salvadoreño de que al cabo de solo unos minutos en medio de algún recodo del camino nos espera el estruendo con que acabará nuestra vida, un ruido primitivo, un gran plack que anunciará el Big Crunch cosmológico, la caída en el agujero negro personal, como las graves trompetas de los Jinetes del Apocalipsis, cuando comprenderemos al fin, en ese momento de la extinción, que todo el Universo está compuesto por un solo elemento: uno mismo, que en instantes dejará de ser, culminando entonces en un quedo fervor de despedida y de Juicio Final.
Info del terrible accidente:
http://www.aldia.co.cr/ad_ee/2006/agosto/22/sucesos0.html
9 Comments:
Info del accidente en el diario:
http://www.aldia.co.cr/ad_ee/2006/agosto/22/sucesos0.html
Heriberto
Tu blog es muy interesante, la creatividad también. Esta noticia, recreada por ti, es muy recordable, por paradigmática. Volveré a menudo.
Muy bienvenido por aquí Francisco, espero que nos sigamos visitando. Saludos desde el trópico.
....y de momento me detengo ante la escena y pienso en las letras que entre la muerte cobran vida a través de algo que impacta.
un segundo...un minuto...cuánto tiempo para latir?
cuánto tiempo para latir, cuanto tiempo para partir
Esa fragilidad de la vida, que yo experimenté, me ha conducido a tratar de vivir no como si FUERA el último día sino como si ES el último día.
Buen comentario Heriberto, como todos los tuyos, pero no te felicito, seria hipócrita, te envidio.
Xoxen
Primero que todo Xoxen: bienvenido de vuelta, ya se te extranaba por estos andurriales. Segundo: ese elemento de tu propia experiencia que agregas y tu sentida reflexion le agrega un tono de mayor interes a mi post original. Gracias por tu opinion amigo y no te perdas que aqui se te espera. Un abrazo.
Leí tu relato de un tirón como se bebe un tequila, cuando ví la nota periodística todavía me sentía viajando El Salvador. Y, pues qué más triste que estos del carrito eran de la zona, Sardinal y el Coco ahora es lo mismo.
Saludos.
Hola Homo Surfus, siempre bienvenido.
Como diría Coconito Guillén, ese viejo guayacán de la zona: los del Coco y Sardinal son los mismos... , ja, ja.
Saludos y nos leemos.
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