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1.12.05

Una novela, el naufragio.

Luego de tantos años de escribir la primera novela, estoy empezando la segunda, -me dijo ayer un amigo por teléfono-, y, te digo Heriberto, es como un parto.


En otro país Antonio Lobo Antunes ha dicho que las novelas se escriben solas, lo imagino caminando entre agadelfos y crisantemos por los parques de Lisboa con vista al Tajo (si es que los hay), observando absorto los espectáculos de naumaquia en los pequeños estanques, mientras la novela se cocina sola en el horno de su mente de donde saldrá lista como un pastel para ponerle la cereza y el merengue, él, alivianado de la carga que le ha supuesto cargar en la caja negra de su inspiración la novela autoconstruible, se sentará en el salón a leer la prensa y a “hinchar’ por el Benfica. Un parto. Iniciar una novela. Parir. Dudar. De la placenta previa de lo que a falta de mejor nombre y de menos osadía llamo creatividad surgió sobre hojas de papel desesperanzadas un amasijo, simbolitos cuneiformes casi, que yo llamo novela, como una forma de conjurar a tantos otros espíritus, alejarlos. Novella: un nombre con estirpe para que oficie de gargola auyentando a los demonios, algunos. Sí, creo como mi amigo que esto de escribir una novela es un parto ( no el parto al revés que de las mujeres tememos tanto en el subconsciente los hombres) sino el parto por delante de donde sale un fruto inconcluso, imperfecto, inevitable. Sostiene el escritor turco Orham Pamuk: “la novela, al obligarnos a abandonar nuestra propia identidad para entrar en otra, nos hace libres”. Pamuk me ilumina, el sentimiento de libertad que produce escribir: sentado en el trono provisional de un dios menor y con sordera daltónica es posible crear, destruir, representar, morir, resucitar, provocar todo eso en otros; en suma poner en práctica esa libertad que atribuye Pamuk a la novela, a su hacer. Cuando las cosas se pierden a veces se decide a buscarlas donde es más fácil hacerlo y no en el sitio donde se perdieron, por eso en la duda sigo recurriendo a lo que otros dicen: Faulkner pedía al novelista concentrarse en “la verdad y el corazón humano” (bahh trivialidades). Antonio, mi amigo portugués que no me conoce y que escribe novelas que se se escriben solas ha dicho: "Para mí una novela no es más que un delirio estructurado, la novela es la manera como estructuras tu delirio.” Isaac Bashevis Singer afirmó que el novelista sólo necesita tres cosas para escribir: “un buen tema o asunto real, el deseo imparable de querer escribirlo, y la convicción de que sólo él puede hacerlo con todas sus consecuencias. “
Concluyo ya la parte evasiva que me llevó lejos de aquí a referirme a estos señorones. Confrontado por fin a la pregunta aún sin forma que quiero responder (difusa, casi absurda como una interrogante de periodista deportivo local) y que tiene que ver con la necesidad de escribir una novela, de parirla desde las entrañas propias con todos esos bordes ásperos y puntiagudos de piña que tiene. Crear una novela (o merecerla para hacer una referencia a Borges, reincido en mis intentos evasivos). Escribir una novela un parto, un desahogo incompleto, un naufragio inútil por inocuo y seco, y porque en la mayoría de los casos deja a sus padecientes en el mismo puerto vano de donde habían salido con magníficas ilusiones de travesías por tierras glamorosas y pudientes. Escribir una novela. Naufragarla.