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9.11.05

El presente repetido

En el aula llena de pupitres desacomodados, de papeles sin orden que cubrían parte del polvoriento suelo de ocre rojo, el alumno miraba con ojos elocuentes a la profesora que en apariencia distraída cerraba su bolso para retirarse con prisa. Los estudiantes salían ligeros y despreocupados, desprovistos ya de cualquier acometida de narcolepsia, liberados de su temporal destierro por la gracia del súbito estruendo de un timbre, que la próxima semana los volverá a desheredar y luego a condenar a otras tres horas de Literatura Latinoamericana 1003. Más tarde, en la soberanía compartida de su casa, Ana la profesora, recuerda la mirada ambivalente del estudiante taciturno, segunda fila a la derecha, junto al basurero y las moscas, descubre ahora las intenciones, cree saber lo que piensa el hombre detrás de esa mirada, cree conocer quien hay detrás de esos ojos peregrinos. La siguiente semana Ana estaba segura ya de lo que sucedería, había repasado una y otra vez el presente que venía, el minuto este era para ella repetido entonces, una aberración temporal, una curvatura exagerada del tiempo, el presente que sucedía en ese momento era repetido (no perpetuo, maestro Paz, repetido, repetido pensó) , y por ello quizá pasado, presente pasado, pasado por lo tanto, aunque viviéndose en ese momento, conocía bien los detalles de lo que estaba sucediendo porque para ella ya habían sucedido en su mente, todo ocurría tal y como ella con su docta experiencia lo había anticipado ayer, en el pasado que ahora era presente, el presente doble, la realidad bis. En ambos presentes el alumno fue el último en quedarse, en ambas versiones ella lo ve de reojo mientras se acerca golpeando algunos incómodos pupitres con la anchura torpe de sus caderas, en un intento por darle tiempo a que él se acercara a su escritorio de profesora Ana recoge por tercera vez sus cosas de la mesa, se sacudió los restos de tiza que le quedaban como gigantescas hojuelas de caspa en los hombros de su saco azul, de la pava lánguida y castaña, de su falda larga, de súbito todo le parece anticuado e impropio. Al mirar su mano izquierda descubre por primera vez el anillo ausente, lo habré dejado olvidado en la mesa de noche, espero que no se pierda. Eso sucedió en ambas versiones de la realidad, en ambas visiones del presente repetido que pugnaban por convertirse en la nueva realidad real. Profesora, con voz esforzada le habla; ella levantó la mirada actuando como soprendida e ignorante, buscó los ojos de él que apuntaban al suelo, es aquí donde sus dos versiones de la realidad hasta ahora concurrentes, se entremezclan, se juntan y se separan, convirtiendo cualquier verdad en una mentira. Parece que sí, que ella subió su mano adusta y retraída y con el dorso le acarició la mejilla (temblorosa, tensa) y asintió ella con la cabeza y no se dijeron más y salieron juntos del aula volando como espíritus, sin nada que los tocara, sin nada que su paso obstruyera, ni los pupitres, ni los tacones dobladizos de los zapatos que hoy sólo por casualidad ella estrenaba. Parece que sí, el joven abatido al fín, luego de exceder el umbral de sus afanes transgresores se consumió absurdo en dos o tres mugidos incoherentes, ella terminó de acomodar por cuarta vez sus haberes y salió del lugar sana, estéril y sola.