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18.10.05

Ricardo Martin es real

Asiste Ricardo Martin junto con otras personas a la fiesta de cumpleaños de su amigo Ernesto Sábato, la velada transcurre sin mayores novedades, un encuentro entre amigos para hablar de lo que más les apasiona: la literatura. Todo sin mayor novedad excepto por la poca ortodoxia del lugar donde la fiesta transcurre: la página 447 de “Abaddón, el exterminador”, la novela ya clásica de Ernesto Sábato.

Ricardo Martin es, sin embargo, real; para más señas desde hace más de veinte años habita en esa ciudad solo un poco menos ficticia que las que se pueden encontrar en la literatura o en un duermevela febril de Escher, que es por ratos San José. Saca Ricardo del pozo de su talento, de su contacto y aprendizaje con Sábato en su natal Argentina, el agua para darle a los sedientos por aprender técnicas para contar historias de una manera literaria.
En su Taller de Técnicas Narrativas, con mucha alegría enseña a quien quiera aprender recursos para contar las historias que de la caja negra interior de cada uno puedan salir. Ricardo profiere los talleres en distintas días y lugares de la capital costarricense (tanto al este como al oeste de la ciudad), para mayores informes pueden llamarlo al teléfono 296-2047 , y al inscribirse si le dicen que lo vieron en “Abaddón” les regala un siempre muy útil borrador de tinta de lapicero.

“Los cuentos que me mandáste los encuentro muy borgeanos, supongo que estarás pasando por una crisis existencial”, le dice Sábato con esa legendaria franqueza que se le atribuye, en una carta de hace un tiempo.

Los tres cuentos que transcribo a continuación pueden servir para juzgar (por aproximación borgeana) si Ricardo está atravesando por alguna crisis como en su momento le indicó su amigo Ernesto Sábato.



De su libro de próxima aparición: “El día que me leás”

Sauce llorón en medio del combate

El sauce llorón estaba a la orilla de un río, parece que todos los sauces llorones son ribereños, y no lloraba, claro, lo de llorón es un decir, y muy cerca de él combatían los enemigos con los enemigos, sol de primavera, lánguidas hojas, día agradable para matar, los vivos se aniquilaban con entusiasmo, entusiasmo poco compartido por los muertos, todo éso a unos pasos del inmutable sauce, sauce de sangre importunado, ramas rotas, indiferente sauce, sauce herido, y arriba el cielo mirando tanto infierno.



Cabeza de soldado con mal tiempo

Cuando el soldado recibió el bazucazo, perdió la cabeza. Mañana nublada. La cabeza del soldado se desprendió del soldado. Nublada, tirando a lluviosa.
Y rodó por el cuartel y los ministerios. Truenos. Rodó por la tormenta, aún hoy rueda. Lo que se dice, mal tiempo.


Iban ensangrentados por el campo

Iban por el campo ensangrentado. Cinco de la mañana. Iban ensangrentados por el campo.
Tres eran.
-¿Usted mató al coronel?
-No mucho.
El otro callaba
El primero tenía bigotes, el segundo tenía hambre, el tercero tenía silencio.
Bigotes, a Hambre:
-¿ Por qué calla ése?
Hambre, a Silencio:
- Sí ¿por qué calla usted?
Silencio se puso el índice sobre los labios ¡Shh! Y se arrojó cuerpo a tierra. ¡Cállense!
Los pajaritos habían dejado de piar, habían dejado los árboles, habían dejado presagios.
Las bombas llegaron.
Hambre en trocitos, Bigotes en trocitos, Silencio en trocitos.
En otro lugar acaso etéreo, Silencio -muy fastidiado- le pide al Señor de las LLaves y la Barba una entrevista urgente con Dios.
San Pedro mira para otro lado:
- No está.



Ricardo Martin, del libro de próxima aparición: “El día que me leas”






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