Quitáte la hoja Wendy, quitátela
La hipótesis: unos pocos segundos cada mañana marcan la diferencia en el rating de de las ediciones matutinas de los telenoticieros en Costa Rica.
El momento de la verdad de cada mañana de entre semana: el frontal a Wendy Cruz mientras señala con sus manos las tomas de las “vías capitalinas”. Ahora mismo que nadie está poniendo atención podemos ser francos: ese plano es tan innecesario como indispensable, casi como otros frontales (ciertamente menos evocadores en su crudeza) de las películas españolas con Aitana Sánchez- Gijón, con Maribel Verdú.
Es sólo en esos segundos cuando es posible ver algo más que el rostro sonriente de W.C., ese rostro que fue de los pocos que se inventaron antes de que se descubriera la maldad en el mundo, ese rostro con el que algunos necesitan creer que soñarán alguna vez, y, por fin, ese día serán felices, hasta que se recuerden o se despierten (que en el diccionario son sinónimos). Con esa sonrisa paliativa, muy terapéutica, que hace casi imposibles a todas las malas noticias que profiere con sus mejillas amables, con su voz de anuncio de shampoo infantil perfumado a vainilla. Las hace casi imposibles, sólo casi.
Esa era una de mis fallidas recetas para la salvación del mundo: más presentadoras de noticias que con sus ojos llenen de falsedad las noticias malas de cada día, portadoras de la fuerza tibia capaz de eliminar lo malo, aunque fuera sólo por los segundos de cada uno de sus lecturas.
Pero, algunas cosas le fallaron a mi plan; ciertamente no sería W.C., no ella que se espera al domingo para estrenar los zapatos y no se compra flores postizas a sí misma y que en el colegio tenía todos los cuadernos limpios, prolijos, forraditos y hasta anotaba de último minuto en la portada de la tarea (olvidada por andar en otras tareas más prosaicas) el nombre de algún compañero.
De pie aparece W.C., protegida con una hoja de papel que se vuelve entonces una hoja de parra, esta hoja de parra obstruye la vista hacia el triángulo isósceles o equilátero (depende del atuendo del día) que es como un tótem, el temido símbolo arquetípico del poder ancestral de las mujeres; porque el mayor temor de los hombres no es a ser castrados, como supuso erróneamente Freud, sino a ser engullidos, como la ballena hizo con Jonás, por esa boca en apariencia triangular que es la entrada al cielo y al hades.
La hoja de parra, improcedente y aguafiestas, desechable, abominable, condenable; quitáte la hoja Wendy, quitátela
El momento de la verdad de cada mañana de entre semana: el frontal a Wendy Cruz mientras señala con sus manos las tomas de las “vías capitalinas”. Ahora mismo que nadie está poniendo atención podemos ser francos: ese plano es tan innecesario como indispensable, casi como otros frontales (ciertamente menos evocadores en su crudeza) de las películas españolas con Aitana Sánchez- Gijón, con Maribel Verdú.
Es sólo en esos segundos cuando es posible ver algo más que el rostro sonriente de W.C., ese rostro que fue de los pocos que se inventaron antes de que se descubriera la maldad en el mundo, ese rostro con el que algunos necesitan creer que soñarán alguna vez, y, por fin, ese día serán felices, hasta que se recuerden o se despierten (que en el diccionario son sinónimos). Con esa sonrisa paliativa, muy terapéutica, que hace casi imposibles a todas las malas noticias que profiere con sus mejillas amables, con su voz de anuncio de shampoo infantil perfumado a vainilla. Las hace casi imposibles, sólo casi.
Esa era una de mis fallidas recetas para la salvación del mundo: más presentadoras de noticias que con sus ojos llenen de falsedad las noticias malas de cada día, portadoras de la fuerza tibia capaz de eliminar lo malo, aunque fuera sólo por los segundos de cada uno de sus lecturas.
Pero, algunas cosas le fallaron a mi plan; ciertamente no sería W.C., no ella que se espera al domingo para estrenar los zapatos y no se compra flores postizas a sí misma y que en el colegio tenía todos los cuadernos limpios, prolijos, forraditos y hasta anotaba de último minuto en la portada de la tarea (olvidada por andar en otras tareas más prosaicas) el nombre de algún compañero.
De pie aparece W.C., protegida con una hoja de papel que se vuelve entonces una hoja de parra, esta hoja de parra obstruye la vista hacia el triángulo isósceles o equilátero (depende del atuendo del día) que es como un tótem, el temido símbolo arquetípico del poder ancestral de las mujeres; porque el mayor temor de los hombres no es a ser castrados, como supuso erróneamente Freud, sino a ser engullidos, como la ballena hizo con Jonás, por esa boca en apariencia triangular que es la entrada al cielo y al hades.
La hoja de parra, improcedente y aguafiestas, desechable, abominable, condenable; quitáte la hoja Wendy, quitátela
1 Comments:
Conque éstos son los 'clarinazos'?
Pues,... adelante con los faroles.!
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