//-->

24.4.06

El desmedido oficio

Publican en la edición de Abril de la revista "Gatopardo" una extensa carta de 1.961 al entonces recién llegado Fidel Castro; lo que llamó mi atención no es el contenido de la larga misiva –en la que es posible ver un ejemplo de las ilusiones y las esperanzas que entonces padecían los intelectuales del mundo con respecto al nuevo régimen cubano-, ni siquiera es el nombre de quien la escribió, sino más bien es el oficio confeso de su autor lo que provocó mi inquietud. ¿Por qué, me pregunto, se le da tanta relevancia a las opiniones y a las preocupaciones de un miembro de esta clase, que no es un político, ni un diplomático, ni un académico, ni un militar, ni siquiera un actor de telenovelas o un cantante de moda? ¿Por qué no se le da la misma relevancia a las opiniones de los practicantes de otros oficios, tantos como hay? ¿Por qué no se publican ahora las cartas que en aquel momento se enviaron con las opiniones de algún dentista o de un ingeniero de caminos, de algún especialista de postín en gerencia, o de alguna enfermera querendona o de un cocinero famoso? Ninguna de las opiniones de un miembro de estas profesiones es la que cuarenta y cinco años después se rescata en múltiples folios a “full-collor”, en papel couché brillante. La que se rescata es la carta de un... escritor. ¿Por qué -insisto sin temor al termino “retóricas” con el que se pudiera calificar a mis preguntas- se le da tanta importancia a las opiniones de un miembro de esta profesión?
¿Será acaso que el resto de la sociedad le otorga un alto grado de confiabilidad a los practicantes de este oficio al considerarlos poseedores de una mayor cantidad de sensatez, de sentido común, de sabiduría o clarividencia que los demás mortales? La vida de muchos de ellos no nos lleva a pensar con facilidad que sus practicantes son particularmente sensatos o sabios; muchos de ellos mismos ni siquiera contribuyen en gran medida a desmentir el estereotipo que se ha conformado de borrachos, drogadictos, inadaptados -y hasta cosas peores o más aburridas. Aun así, es un hecho que la sociedad considera con mucho cuidado sus opiniones, incluso sobre temas ajenos a su campo de acción como en este caso, y les da un estatus mayor a sus puntos de vista que a las consideraciones del resto de los mortales que a diferencia de Norman Mailer (autor de la carta publicada) no son escritores, y tampoco han apuñalado con saña a su mujer como lo hizo el escritor nuevayorquino (ven lo que les digo que no hacen mucho por desmentir los odiosos estereotipos). ¿Es merecida la estima y la importancia que a las opiniones de estos seres humanos otorgan algunas sociedades? De acuerdo, termino aceptándolo, las anteriores tienen más aspecto de preguntas retóricas que de cualquier otra cosa, (incluyendo la expresión”discusiones bizantinas”).
Los escritores, -algunos de ellos, en todo caso- conviven con el valor adicional, que merecidamente o no, otorgan algunas sociedades a su oficio, y pueden ver como sus opiniones se convierten en objeto de desmedido interés y hasta de culto. Para algunos, esto es parte fundamental de su quehacer. Para otros, con escribir una historia decentita basta.