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20.2.06

Eso era una cabina en Jacó no el Viper Room

Debido a unas obligaciones temporales y pasajeras con la novela que terminé hace unos meses no he podido atender el blog como se lo merecen los distinguidos lectores que me hacen el favor de leerme o los que llegan aquí por el camino de los Buscadores que cumplen lo que prometen: “Buscan”, no necesariamente "Encuentran"; este sería una buena idea para un start-up de Internet, no otro "Buscador" si no un “Encontrador”; ahí les dejo la idea, espero eso sí una mención a mi nombre (mi perro se llama T. Rex, por si quieren bautizar el proyecto con una oscura referencia cultural a mi persona).


El pasado no era el mejor fin de semana para escaparme a la playa: ya he excedido en dos ocasiones y varias semanas la fecha límite que me fue advertida para enviar la novela a la señora que es prima del vecino de la amiga de un compañero de celda (es broma, mejor lo quito después van a creer que es cierto que estuve en un convento y que soy un poeta místico o engagé), debo enviarla para que esta buena mujer se la lleve a otro señor que trabaja chapeando los jardines de una Editorial extranjera (pequeñita, nada importante) para que éste a su vez se la de a un amigo de la infancia que trabaja de guardia nocturno y de lector de la susodicha editorial (multitasking llaman a eso ahora). Considerando el trabajo de revisión aún pendiente y las tres o cuatro semanas que durará el correo en hacerla llegar a su destino (o a su Sino) calculo que llegará con más de tres meses de maleducada tardanza. La editorial municipal de Chipancingo,Tecohuila, Estado deTabasco no tiene presupuesto para papel bond, menos para la conexión de Internet; por eso debo enviarla por correo caracol que llaman ahora. Por todo lo anterior, el pasado fin de semana no era el más indicado para que yo me perdiera en Playa Jacó; por eso mismo fue, muy seguramente, que la pasé tan bien en medio de esa maraña de gente, en ese lugar que es como visitar otro país (no sé exactamente cuál, muy posiblemente al que terminará pareciéndose todo el país si las cosas siguen así)

Recién llegado, el sábado antes de medio día, lo primero que pude notar en la playa fueron las influencias nocivas de la globalización (levanto mi puño derecho hacia el cielo, en un saludo que también puede ser facista y empiezo a silbar la Internacional o algún jingle de Mac Donalds); por causa de lo que ocurre en China (el libro de Friedman ya inició el recorrido desde Amazon.com hasta mi altar de libros por leer), el exceso de demandas de materia prima, los problemas logísticos ocasionados por el despertar al consumismo (que termina de enterrrar al comunismo, lo siento, no es otro motivo más solemne) de más de mil millones de chinitos que no estaba contemplado en el Plan Quinquenal del Directorio del Partido; han ocasionado entre todos una severa crisis de aprovisionamiento en la industria de la moda de bañadores femeninos que ante la escasez de telas ha decidido heroicamente disminuir la parte de atrás de los mismos; en un esfuerzo digno de todo encomio por no dejar al mundo completamente desabastecido de tales prendas; desde este Faro Tuerto hago votos para que la crisis productiva se solucione y no tengan los ilustres patricios de la industria del fashion que empezar a también disminuir la cantidad de tela a poner en la parte de delante de la parte de debajo de los bañadores de mujer. Así fue como pude comprobar otro hecho de la vida del siglo veintiuno: la diferencia entre las mujeres que usan sólo un sumergido y contestatario hilo en la parte de atrás de su vestido de baño y las que no lo hacen, no radica en el estado de las carnes y de la piel de persona, ni mucho menos en la edad o el atrevimiento o desinhibición de la persona o sus prestaciones morales, sino que radica en la fecha de compra del vestido de baño; todas las mujeres en la playa se podían dividir entre quienes habían comprado su vestido de baño en los últimos meses (coincidiendo con la crisis textil china) que eran la gran mayoría y las que habían salvado por más tiempo su vieja prenda de las agresiones de los elementos naturales y físicos y químicos y la conservaban desde hacía varios años, que eran en esa playa abarrotada una muy silenciosa minoría. Algunas muy ingeniosas hacían diversas combinaciones con las prendas y su fecha de fabricación, por ejemplo las dos muchachas colombianas que se asoleaban un poco más debajo de mi posición, (una atalaya vigilante en la planice de la playa); ellas muy ingeniosamente (se me hace, por más de un motivo, que podían ser antioqueñas) utilizaban para efectos del bronceo unos bikinis de muy reciente manufactura (Ceteris paribus se puede afirmar que entre más restrictiva la crisis menos materiales son utilizados. Fuente: Principios de Microeconomía de Rightwich, cap.XII , pág. 2298, op no citado) y luego se ponían encima, no sin mucho esfuerzo motriz fino y muy fino, otro de no tan moderna manufactura; este caso sirvió también para la confirmación empírica de lo que ya se ha dicho antes: “Uno de los rasgos más distintivos de la Cultura Pop Posmoderna es que si antes era más difícil encontrar la piel en el vestido de baño femenino, ahora es más trabajo encontrar el vestido de baño entre la piel”; previo a esta conclusión a Fukuyama se le ocurrió decir que la historia había terminado, por supuesto que no había terminado, como el mismo Francis debió reconocerlo tiempo después; sólo estaba, como el hilito, escondida (en alguna cueva de Afganistán o del desierto de Sudán, quizás, pero esa es otra historia).
Las cabinas donde me hospedo, muy hidalgas y reminiscentes de cuando Jacó era la playa de Alajuela y no como ahora que es la playa de ese país que no se sabe cuál es, que es como regresión del futuro de lo que seremos en Costa Rica, estaban a 50 metros de la playa y 20 metros de la calle principal.
Esa noche recorrí todos los bares de la calle principal buscando un lugar donde los televisores tuvieran el partido de la Liga, por supuesto que semejante extravagancia no tenía campo en los monitores de los bares, muy ocupados en los partidos del basket universitario estadounidense y en los Juegos Olímpicos de Invierno.
Unicamente en un bar esquinero, muy grande y comfortable, tenían uno de los televisores (perfectamente visible desde la acera ) dedicado al partido de la Liga, la multitud de este Bar con un nombre de muy marcadas influencias liverpulianas, estaba compuesta por hombres (la mayoría con apariencia de extranjeros) y por unas doscientas jovencitas dedicadas a la práctica de la segunda profesión más antigua del mundo (la más antigua no es, puesto que era necesario que sus clientes trabajaran en algo -ergo: la primera profesión más antigua- para que pudieran contratar sus servicios). En este bar de Jacó las chicas conforman una multinacional melànge de sexo trabajadoras de muchas nacionalidades: ticas muy jóvenes, dominicanas de bemba coloraá y mofongo seco, argentinas que guardaban la bombilla del mate en su bolso, brasileñas morenas que se hacían pasar por dominicanas y ya decían “caltela” y “tostón”, nicaragüenses silenciosas y con la cara triste. Todas hermanadas por el culto al distinguido prócer que aparece en los billetes de cien dólares; no sé cuál es ahora, en el último que me dieron aparecía Tribilín. El personaje principal de la novela “Plataforma” de Houellebecq (no recuerdo ahora su nombre y presté el libro hace tiempo, digamos que el personaje se llama Mersault) hace una defensa del turismo sexual, según la posición del personaje, las trabajadoras a menudo provienen de hogares muy pobres, prohibir su trabajo constituiría una confiscación al único factor de producción del que son dueñas: su propio cuerpo. Esa noche las jóvenes salían acompañadas del local a consumar su trabajo formando un fluido muy dinámico que confirmaba la prosperidad del negocio
El partido terminó y yo dejé el local; es un decir, en realidad dejé la acera en donde había pasado más de una hora; en todo el rato no encontré a las muchachas colombianas que había visto en la mañana en la playa, demasiada concurrencia en el local, o quizás, en el sentido más sano de la expresión, no fui capaz de reconocerlas con ropa, quiero decir con ese atuendo de luces que como todas sus interpares eran obligadas a llevar por las exigencias del mercado en la que ofrecían –según el decir del Mersault de Houllebecq su propio factorcito de la producción (la pequeñita esquina del paraíso que creen poseer)- caminé un rato por una parte de esta calle principal y todo me pareció más aburrido y convencional, ya visto: tipos drogándose en la calle, pleitos callejeros, drogadictos junkies saliendo de las ruinas frente al mar en donde se atrincheraban durante el día, choferes imprudentes, borrachos tambaleándose; en la esquina justo antes de doblar para la cabina estaba una muchacha flaca de cara bonita con minifalda verde de punto que parecía exiliada del bar donde estaban las otras doscientas; un vicioso ataque de tos (casi pude ver su eczema broncopulmonar) le impidió responder mi pregunta,(no fue nada interesante, le había preguntado la hora o su tarifa). Me fui a dormir. El escandoloso gemido de una persona vomitando en la calle al frente de la cabina me despertó tres horas después, recordé de inmediato algo que aprendí en mi época de residente: la mayoría de las personas muertas por sobredosis de drogas fallecen atragantadas por su propio vómito; la persona seguía vomitando, yo ya no lograba dormir, me alegré de haber renunciado unilateralmente al juramento de Hipócrates (tenía los dedos cruzados en mi saco al momento de la Juramentación), los estertores de la persona desconocida no cesaban: Ya calláte "River Phoenix" , le grito levantándome de la cama, este no es el Viper Room y quiero dormir, no ve que estoy de guardia toda la próxima semana en el Hospital. Al cabo de un rato los ruidos de las arcadas fueron sustituídos por la sirena de una ambulancia primero y de una patrulla de la policía después. Imposible dormir así. Me levanto, salgo a la calle. La cara de la muchacha flaca de la minifalda verde seguía siendo bonita, aún.