Feature writer
Para efectos del reportaje encargado empecé tímidamente a conocerla. Era una mujer en el borde de sus veintes o a inicios de los treintas, dotada por la naturaleza de un cuerpo duro que se preveía amable y hospitalario debajo de las minifaldas rojas de vinil y las camisas asedadas de mangas largas que tanto le gustaba llevar. Era más bien un poco hosca o de modales un tanto severos. Con el fin de no defraudar a los valientes que me habían asignado el proyecto procuré conocerla un poco mejor, así entendí que Laelia utilizaba un modelo de negocios similar al de las empresas de mercadeo multinivel (como Orinlife, por ejemplo), una vez que terminaba de repasar a sus compañeros de trabajo, procedía con los clientes de la empresa donde trabajaba como auxiliar contable, los incluía uno a uno; cuando comenzó a trabajar, en una firma de importación y exportación, sus amigos (como ella los llamaba sin incurrir en ningún eufemismo) se diversificaron: extranjeros, jefes de empresas, gerentes, mensajeros, contadores, motoristas. Laelia seguía luego con los empleados de los clientes de los clientes y luego con los empleados de los proveedores de los clientes, y luego con los empleados de los proveedores de los proveedores de los clientes, y así, seguía con su talento innato para crear redes de interés (el “networking” que llaman ) y ella siempre tan campante, tan seria, tan poco afable, tan proclive a chupar sus dedos en el espejo mercenario del cielo raso de algún cuarto de paso (según cuentan diversas fuentes entrevistadas para el artículo periodístico, no crean otra cosa). Al editor de la revista “Zurdos de izquierda” no les pareció el enfoque tan economicista que al final tuvo mi trabajo y lo rechazó; tuve que devolverles los cigarrillos sin filtro (en todo caso yo no fumo), las alpargatas de suela de llanta y el poncho boliviano; sólo me permitieron quedarme con las blusas de manta india que por su condición de transparentes ya habían sido utilizadas (y mojadas) en sesiones amateur de fotografía, (pero esa es otra historia). Así que le lleve el trabajo a los de la revista “Plutocracia al día”, a quienes les pareció un caso digno de estudio en las mejores facultades de administración de negocios y no dudaron en publicarlo. Claro, me pagaron también en especie: habanos poco menos que tóxicos, bolitas de golf fosforescentes y un pase de cortesía para ver los partidos de la selección defutbol en un club social exclusivo, pero, ya lo ha dicho Groucho Marx o los Les Luthiers, nunca iría a un club social en el que yo mismo fuera admitido.