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19.9.08

Cuaderno de viaje


De Hubert Robertson se han dicho muchas cosas. Y muchas más se podrían decir. Quizás yo otro día lo haga, conozco muchos detalles de su vida. Algo se sabe de su caminar errante por el mundo, de sus periodos en los que se convierte en una especie en un personaje de "Las uvas de la ira", trabajando como un "laborer" en las cosechas agrícolas del sur de California, de sus andanzas como cantante de una orquesta japonesa de música salsa cuando esta música estuvo de moda en Japón, una vez que pasó la tendencia permaneció durante cinco años más en Tokio como chulo vividor de cuatro damas de compañía latinas. "Solo en Japón pudieron aparecer los haikus, con lo mucho que estos japoneses trabajan faltaba más que también se pusieran a escribir Odas", ha dicho Robertson con su inseparable mal humor. Algo se sabe de su época de gurú en las playas de Goa en la India, un gurú falso en todo caso, que debió escapar metido a polizonte en un mercante portugués cuando los ex ejecutivos estadounidenses de Disneylandia que regentaban el resort yoga holístico en el que oficiaba de maestro iluminado descubrieron su incurable afección por los chicharrones de cerdo. Aparentemente incombustible, ajeno y triunfante ante sus propios intentos de caer en la decadencia - son propios de él y por eso respetables- Robertson continua produciendo sus "crónicas de viaje", como se empeña en llamarlos, se enfurece si alguien pronuncia en su presencia la palabra poesía, casi tanto como cuando escucha pronunciar el nombre de Charles Bukowsky. Luego de años de distanciamiento y hasta de enconada enemistad mutua, recibí ayer una carta con sello de los Estados Unidos y en la que venían unas hojas con algunos de sus escritos. Nada más, ni una aclaración o saludo o explicación. Mucho menos una disculpa. Abajo comparto con ustedes uno de estos escritos recibidos.



HUMMER BIRDING

Hummering hummingbirds
roaring pass my forehead
Wrath and fury tinkering my ears
Thou shalt lie
Dwarfed forests, polygonous wetlands
shy away from my bed
Perusing life while:
Janus no longer blinks
The dryest Hera slahes her veins
and a silicon teardrop blosoms her way
Fake amatistas and glittering chains
False violets, real papery greens
groanning pains
Oh you my unleashed demon
Be quiet. Be still
Be me

Hubert Robertson, de su más reciente "Cuaderno de viajes":

“TUPELO'S PALIMPSESTO.”



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11.9.08

ARCHIPIELAGO, de Heriberto Rodríguez


¿Preocupado porque se acerca el “Día Universal del Auto Regalo” y no sabe qué regalarse?
Ya lo dijo Woody Allen: Regalarse algo a uno mismo es darle un regalo a alguien que uno quiere mucho –bueno, en realidad Allen se refería a otro tipo de “regalo”, a otro tipo de de gratificación, pero vale lo mismo, ambos se preveén solitarios-.


¿Mortificado porque no quiere que le pille el juicio del fin del mundo, que ya empezó a dar vueltas en el sentido del reloj en Ginebra, sin la adecuada compañía de una lectura debidamente apocalíptica, como tiene que ser en estas circunstancias?

Entonces: ¡ ¡ ¡ Pare de sufrir, no se preocupe más!!! Según el despacho de la prestigiosa agencia BFT News la novela Archipiélago, del autor costarricense Heriberto Rodríguez, ya está a la venta en una librería cercana – cercana, esto es si Usted vive en San Pedro, San José, Costa Rica-.
La estrategia de distribución, - que viene copiada de Nintendo y de Apple, hay que decirlo-, pretende dosificar las existencias disponibles en los estantes exacerbando de esta forma las ansías del pueblo consumidor, por esa decisión gerencial solo se han atisbado algunos pocos ejemplares disponibles en la Librería de la Universidad de Costa Rica (cerca de Policromía en la Calle de la Amargura), y aparentemente en la Librería Nueva Década -aunque esto no ha sido comprobado por las tres fuentes que pide el rigor y el Libro de Estilo- pero, de que la novela ya está a la venta , ya está a la venta.
Así es que apúrese a comprar el libro que como todos sabemos el fin del mundo se aproxima y no se garantiza que esté disponible en la otra dimensión Tempo- Espacial a la que seremos enviados por los mini agujeros negros que empezarán por calentar el Lago de Ginebra y derretir las fábricas de chocolates suizos, o viceversa.

También se puede comprar On-Line aquí: http://libreriaucr.com/catalogo/index.php?main_page=product_info&cPath=29&products_id=991657



Las mejores reviews de la novela-por el momento, que pueden venir hasta peores- :

“Rodríguez parece adscribirse al consejo de Martin Amis de no tener miedo de escaparse del clisé y por escaparse se escapó hasta del corrector de pruebas”.

Jesús “Chus” Paguada , crítico de restaurantes de la revista culinaria “El hornito rinco”.


“Me pareció muy bonita, sobre todo cuando pone la canción de El Puma, aunque una de Camilo Sesto le hubiera quedado mejor. El señor debe tomar nota de mi sugerencia para cuando haga otra de estas, cómo es que se llaman, ah sí telenovelas”

Benito Cámelas
Sommelier de sake del Restaurante japonés Sushi - Quito


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4.9.08

Tarde y lluvia

Sentía el ardor conjunto de los besos, los espasmos leves en su torso escueto. Le provocó explorar el inexplicado origen de su afán por acercarse, le asombraba la estática que a ella le marcaba provisionalmente con pequeñas bolas la piel seca de los brazos, la de sus nalgas lívidas. Una pesquisa, un intento por resolver la duda, la curiosidad incombustible de su ternura, hurgando suave pasajes y pasadizos. Experimentó la temeridad de creerse impoluto. Así como la diferencia entre una conjetura y un teorema, por un momento lo creyó eterno y a sí mismo poderoso. Como una súbita revelación entendió –y luego olvidó- lo de que el presente es perpetuo. Vio las comisuras de sus labios, hoy pintados de un tono arcilloso, el cabello – a esas horas crispado por la tarde lluviosa-. Los besos que provenían decididos desde la boca de ella, de unas ansiosas almohadillas que se escondían primero para reventar luego, muy cerca de su propia boca, abierta todavía por costumbre y no por asombro. Notó el vigor de los esfuerzos de ella que no desmayaban en medio del sudor, era posible que para poder continuar se alimentaran con la misma energía que los espejismos otorgan al caminante desamparado. En ese instante entendió menos la vida. Alzó el vaso, lo puso a la altura de sus ojos como contemplando los colores inexistentes de la ríspida ginebra que acababa de servirse con un gesto mecánico. Ella no quiso tomar nada. Ya se sentía intoxicada, lo suficiente como para tolerar la pausa a la que él la había sometido, cuando lo que deseaba era seguir, fluir. Dejarse caer con la misma fuerza esquiva de los chorros de lluvia cuesta abajo. Subir, para luego bajar, para luego subir. Como la lluvia en esa tarde oscura que afuera se consumía indiferente y húmeda y propicia para el escape.

Republicación solicitada por una inmensa minoría de lectores.

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