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17.1.09

La dimensión (divina) del Universo


En los días en que el barómetro marca valores superiores a los 1050 milibares, hay en la biblioteca de este faro una atmósfera muy propicia para la reflexión (inútil quizás) sobre el sentido de la existencia, el sentido del Universo. ¿Por qué el Universo se tomó la molestia de existir?, dice con mucha propiedad Stephen Hawking.

Georges Lemaitre, un físico que en sus tiempos libres era sacerdote jesuita, o, al revés, un sacerdote jesuita que en sus tiempos libres era físico, propuso una teoría que explicáse el enigma (puede llamarse así con una connotación muy limitada de su trascendencia) de la expansión del Universo desde algún momento en el pasado finito. El modelo que Lemaitre propuso fue luego denominado con burla el “Big Bang”. Todo empezó en un instante, -ocurrido según los cálculos más aceptados en la actualidad hace trece mil setecientos años-, demasiado intenso para ser explicado con el verbo, con las palabras que somos capaces de articular los homo sapiens actuales con cerebritos de litro y medio, todo surge de la nada, del mismo lugar donde antes no había nada. En menos de un minuto desde ese instante original, el Universo creció hasta un millón de millones de kilometros de largo, una “eternidad” después, es decir, menos de tres minutos desde el instante cero, el noventa y ocho por ciento de toda la materia que ha habido y habrá alguna vez ya había sido creada. Antes de este nacimiento, el tiempo no existía, porque no existía el pasado de donde pudo haber emergido. En esos segundos iniciales se establecieron las constantes que rigen el Universo, los seis valores numéricos que lo gobiernan, si alguno de estos números fuera aunque solo un poco diferente, ninguna de las estructuras atómicas complejas como los seres vivos podrían existir. ¿Aparecieron estos números al azar, o acaso obedecen a una lógica muy arcana para ser comprendida? ¿Existe un orden detrás de la aparente arbitrariedad de la naturaleza? O, como lo preguntó Einstein: “¿Tuvo Dios opción a la hora de crear el Universo?”.
El Big Bang puede representar una fase de transición del Universo de una forma que no podemos entender a uno que casi es posible explicar, es factible que el espacio y el tiempo tuvieran antes del Big Bang unas formas que escapan a nuestra comprensión actual, y, que necesitaríamos un proceso evolutivo continuado que aumente en, digamos, medio litro cúbico el tamaño del cerebro para poder disponer de las conexiones neuronales capaces de entender plenamente este misterio.
El Dr. Martin Bojowals del Instituto Max Planck de Alemania ha dicho: “El universo no tiene un comienzo. Ha existido siempre”. Un momento, me parece haber escuchado esto en alguna parte, ¿no es esto lo que siempre han dicho los señores de la religión? con sus puntos de vista en ocasiones tan apartados de los de estos señores de las ciencias que se han propuesto explicar un Universo sin que aparezca la mano de una divinidad.
Esto nos lleva a José Antonio Marina, un físico y filósofo español que acuñó una expresión particular : “la dimensión divina de la realidad”, según su punto de vista el orden de lo existente, el Universo Real, muestra alguna de las características que las religiones tradicionalmente atribuyen a Dios.
Veamos:
-No puede tener antecedentes en su existir, ya que esos antecedentes tendrían que existir
también.
-Es autosuficiente. No necesita de nada ajeno a sí mismo para existir.
-No tiene contrarios (lo contrario sería la nada, que no es nada).
Para Marina esa dimensión divina de la realidad es vivida por muchos seres humanos como experiencia religiosa y algunas religiones la personifican y la llaman Dios.

Es curioso que exista una aparente intersección de criterios entre lo que propugnan con fundamentalismo desde hace siglos algunas religiones y lo que creen ahora descubrir por su propia cuenta los señores de la ciencia. Ya lo dijo G.K. Chesterton, un ateo: el Universo es el mecanismo más exquisito alguna vez construído por nadie.







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