Disfruto con los versos de De Moraes, Cernuda, Girondo, Pessoa, Borges y tantos otros. Pero, la poesía me es ajena, la veo como una de esa mujeres emperifolladas (una palabra formada por dos vocablos que juntos dicen algo y uno de ellos por separado también) que pasan apresuradas a la par y que me limito a ver con mis ojos cartógrafos de satélite espía mientras me cohiben y me dejan pálido. La poesía, casi como lo hace la mujer que pasa esparciendo su aroma
L’Occitane por el pasillo corporativo o el del supermercado, me agarra con intenciones no confesas de estrangular el par de mis ortodoxias masculinas y me deja quieto y pequeñito, callado y pensativo, con ánimos de no hacer ruido. Por eso no escribo poesía. Ni lo intento. Por eso y porque soy muy malo en el oficio.
Compañera de celda. (Fragmento)
De Ana Merino, española.
No me obligues a vivir
como si cada instante
fuese la tarea acumulada
que dejamos para el último minuto.
Si quieres ser mi cuerpo
no me robes la calma
ni la penumbra de la tarde
que nace tras la bruma
de un bosque encantado.
He huido tantas veces de ti,
Pero siempre estás a mi lado.
Tus rodillas y mi forma de llorar,
tus manos y mi sudor,
tus ojos y mi mirada.
No me obligues a vivir
pensando que no tienes ganas
de hacerte vieja conmigo,
que existo en ti por inercia,
que no te importa que me duela
saberte tan frágil.