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24.11.05

Podría imaginarla.


Lo dijo Luis Cernuda:
No es el amor quien muere, somos nosotros mismos.


Podría yo, con mi sensibilidad de poeta disléxico o de pintor daltónico, con mi abnegada afección por las paronomasias, imaginarla de distintas formas en las que ella sería varias personas, pero siempre la misma. Podría imaginarla en la panza de un avión, lánguida y tiesa, dormida en una caja de metal, rodeada de jubilosas maletas de viajeros. Podría imaginarla febril de vitalidad, con su piel quemada con un imposible bronceado del sol pendejo de Boston, sonriendo con los ojos, sus brazos como los de una inquieta niña retozando en el aire, la anticuada profusión del aroma del Caleche rodeándola con agresiva fidelidad, aterida, caminando por el muelle de la ciudad, observando el horizonte gris y desvaído de finales del invierno, al que ella sin vocación de profeta no le ve aires de mal presagio o de tortuoso vaticinio.
Podría imaginarla tendida en las vanidosas arenas de Manuel Antonio o en las mundanas rocas de Cócles, entregada al sol con la frescura de un traje de baño despoblado y parco que al final de la tarde le dejaba un triángulo isósceles y blanco en el lindero sur de la espalda. Sonriendo y hablando del mundo con esa dulce ingenuidad de quienes nunca aprenden a ser mayores, con la candorosidad única de quienes asisten desentendidos y despreocupados a la eterna y generalizada derrota diaria de la existencia.
Podría imaginarla valiente y sufrida atada a la vida por las resbalosas mangueras que le entraban por la boca y la nariz, dormitando inquieta y grave, soñando probablemente con caminos nubosos y personajes blancos y caballos alados, la mano árabe de su marido toca su frente que no reconoce y que ahora quema y desalienta. Tendida en ese hospital, luchando por sobrevivir con unas fuerzas de un tamaño en contradicción con su pequeño y escueto cuerpo, aferrada a una negación heroica que estaba llena de vida y de esperanza, justo en esos momentos cuando creer en la vida y en la esperanza es un asunto de temerarios, de indomables, de osados conspiradores. Podría imaginarla junto a mí en algún bar ruidoso de San José, alegrándonos con whisky, el lento vértigo del alcohol lubricando las lenguas presurosas, liberando con calma el Ello, diciéndonos consuelos el uno al otro que sólo servían para consolar a quien lo decía, hablando y hablando del futuro con una certeza como si estuvieramos haciendo teorías del pasado. Nunca llenábamos de exaltación nuestras versiones personales del futuro, ni de desdicha. Podría imaginarla temerosa e impulsiva comprando diez latas de Baygon en el supermercado de Tibás, y ahora quién la defenderá de los insectos en esa cueva fría y húmeda llena de barro rojizo, agreste y pegajoso, en ese campo demacrado donde hasta el punto de fuga es oscuro. Podría imaginarla: pelo corto a la garçon, pomulos adelantados, como una bailarina de danza muy mundana, refinada y llena de lujos, sus ojos marrones proferían miradas fuertes que llenaban todo de actividad y elocuencia, no necesitaba ningún disfraz para parecerse a un personaje de fantasía: un inquieto duende o un lúdico fantasma, habitando siempre en el lado claro de las fábulas. Quisiera ahora imaginarla en un bar, serena, con la expresión despreocupada de quienes vuelven fortalecidos de una agitada tormenta, disculpándose por encender un cigarrillo más, pidiendo otro trago, mirando al pasado con la despreocupada irreverencia de quien se siente ahora a salvo de su pernicioso alcance, mala hierba nunca muere le diría yo con sonrisa irónica y seguiría inquisidor y curioso preguntándole los detalles de ese viaje, fascinado, con mis ojos y mi boca muy abiertos, la misma expresión en mi rostro con la que interrogaría a un viajero que ha vuelto de un largo y exótico viaje por Cathay o Cipango y ella, estimulada por la calculada ingenuidad de mis preguntas, hablaría y hablaría.
Las huellas de mis zapatos llenos de barro rojizo, agreste y pegajoso recorren toda mi casa como siguiendo un camino sinuoso y predeterminado que se acaba abruptamente al llegar a mi cama, que es un buen lugar para acabar cualquier camino.


Ficción latinoamericana - relatos cortos

10.11.05

Avatares

9.11.05

El presente repetido

En el aula llena de pupitres desacomodados, de papeles sin orden que cubrían parte del polvoriento suelo de ocre rojo, el alumno miraba con ojos elocuentes a la profesora que en apariencia distraída cerraba su bolso para retirarse con prisa. Los estudiantes salían ligeros y despreocupados, desprovistos ya de cualquier acometida de narcolepsia, liberados de su temporal destierro por la gracia del súbito estruendo de un timbre, que la próxima semana los volverá a desheredar y luego a condenar a otras tres horas de Literatura Latinoamericana 1003. Más tarde, en la soberanía compartida de su casa, Ana la profesora, recuerda la mirada ambivalente del estudiante taciturno, segunda fila a la derecha, junto al basurero y las moscas, descubre ahora las intenciones, cree saber lo que piensa el hombre detrás de esa mirada, cree conocer quien hay detrás de esos ojos peregrinos. La siguiente semana Ana estaba segura ya de lo que sucedería, había repasado una y otra vez el presente que venía, el minuto este era para ella repetido entonces, una aberración temporal, una curvatura exagerada del tiempo, el presente que sucedía en ese momento era repetido (no perpetuo, maestro Paz, repetido, repetido pensó) , y por ello quizá pasado, presente pasado, pasado por lo tanto, aunque viviéndose en ese momento, conocía bien los detalles de lo que estaba sucediendo porque para ella ya habían sucedido en su mente, todo ocurría tal y como ella con su docta experiencia lo había anticipado ayer, en el pasado que ahora era presente, el presente doble, la realidad bis. En ambos presentes el alumno fue el último en quedarse, en ambas versiones ella lo ve de reojo mientras se acerca golpeando algunos incómodos pupitres con la anchura torpe de sus caderas, en un intento por darle tiempo a que él se acercara a su escritorio de profesora Ana recoge por tercera vez sus cosas de la mesa, se sacudió los restos de tiza que le quedaban como gigantescas hojuelas de caspa en los hombros de su saco azul, de la pava lánguida y castaña, de su falda larga, de súbito todo le parece anticuado e impropio. Al mirar su mano izquierda descubre por primera vez el anillo ausente, lo habré dejado olvidado en la mesa de noche, espero que no se pierda. Eso sucedió en ambas versiones de la realidad, en ambas visiones del presente repetido que pugnaban por convertirse en la nueva realidad real. Profesora, con voz esforzada le habla; ella levantó la mirada actuando como soprendida e ignorante, buscó los ojos de él que apuntaban al suelo, es aquí donde sus dos versiones de la realidad hasta ahora concurrentes, se entremezclan, se juntan y se separan, convirtiendo cualquier verdad en una mentira. Parece que sí, que ella subió su mano adusta y retraída y con el dorso le acarició la mejilla (temblorosa, tensa) y asintió ella con la cabeza y no se dijeron más y salieron juntos del aula volando como espíritus, sin nada que los tocara, sin nada que su paso obstruyera, ni los pupitres, ni los tacones dobladizos de los zapatos que hoy sólo por casualidad ella estrenaba. Parece que sí, el joven abatido al fín, luego de exceder el umbral de sus afanes transgresores se consumió absurdo en dos o tres mugidos incoherentes, ella terminó de acomodar por cuarta vez sus haberes y salió del lugar sana, estéril y sola.

3.11.05

Michel Houellebecq sin el Premio Goncourt 2005

A pesar del gran despliegue de medios que obtuvo y la consiguiente controversia que causó su novela : “La possibilité d’une ile”, editada en español como “La posibilidad de una isla” , el jurado del Premio Goncourt, -el más prestigioso y consagratorio de la lengua francesa-, otorgó hoy el premio de este año a François Weyergans con su novela “Trois jours chez ma mere” (“Tres días en casa de mi madre”). De esta forma queremos demostrar la independencia del jurado, dijo Didier Decoin, secretario general de la Academia Goncourt y miembro del jurado, en alusión a la campaña publicitaria orquestada para la novela de Houellebecq.
Ya ven, a pesar de los elogios que él mismo Houellebecq se prodigó, y de esta operación mediática, se quedó sin el Premio.

Más detalles en http://www.elmundo.es/elmundo/2005/11/03/cultura/1131020085.html


Houllebecq Houellebecq Goncourt Prix 2005 Premio Goncourt