Not quite. En mi caso más bien ya empiezo a sentir nostalgia del Mundial que se acaba, me va a hacer falta no ver los partidos, porque en realidad he visto muy pocos, con eso del horario y de que cada vez me cuesta más concentrarme, y de lo poco que me gustan las lindezas automáticas que inventan los entrenadores científicos, directores técnicos ganadores tan de avanzada que dejan al que había aquí como si fuera un tipo que se hubiera despertado luego de veintiocho años en coma y tan fresco se presenta frente a toooodo el mundo con un equipo que pretende jugar a como se hacía antes de que se durmiera en, digamos, 1978, (sólo le faltó ponerse a cantar aquello de “...veintinco millones de argentinos, jugaremos el mundial...”). Ahora, de qué se puede despertar después de tanto tiempo se puede, si no me creen pueden ver lo que en estos días cuenta la prensa (sorry no link, pero la historia está en todos lados) de un señor en Estados Unidos que salió de un coma de más de dos décadas diciendo “mamá, mamá”, conozco a un amigo que puesto en esa situación posiblemente diría “teta, teta”.
Hace mi memoria una selección caprichosa, -lo hace ella sola sin mi intervención consciente- de algunos eventos de mi vida que en la bodega de los chunches viejos que son mis recuerdos permanecen indeleblemente asociados a un Mundial en particular.
Ciertamente la selectividad de la memoria es uno de los mecanismos reflejos menos entendidos pero que más contribuye a la cordura de los seres humanos; así, se sabe que gracias a este ignoto mecanismo (de una existencia aún no comprobada, pero qué caray: sí existen los efectos existe la causa; ven hoy estoy brillante con la hermeneútica y la aeronaútica), es posible que nos liberemos de un fardo de malos recuerdos que amenazarían con seguir agriándonos la ya de por sí “temperamental “ existencia. Pero sí, es cierto, se sabe muy poco de ese mecanismo, que se puede asociar –en parte- con lo que Francis Crick definió como “el misterio más grande de la biología actual”, que es –según él- la explicación al proceso fisiológico por el que los fotones de luz que atraviesan las retinas como imágenes –que luego serán recuerdos- se llegan a convertir en emociones, en noches de insomnio, en ganas de ir a ver las “chicas de modelaje rítmico”, etcétera; aclaro que la anterior es una cita no textual pero fidedigna (un poco, la escribo de memoria) de la sentencia inicial de uno de sus libros (el nombre sí se me olvido) de este Premio Nobel, codescubridor del A.D.N.
En fin, lo que si es completamente cierto es que es puedo asociar un episodio de mi vida (real o ficticio, eso si no ha sido determinado aún) a cada Mundial, así del de España 82 me acuerdo de mi época en el colegio al que estaba recién trasladado, recuerdo de una hondureña -ese fue el mundial de Honduras- que estaba uno o dos años atrás , ella de nombre castizamente ortodoxo no creo que me lea, supe luego que era Informática y ésas no leen muchos blogs –al menos no el mío-. El del 86 es para mí ahora el mundial de los almuerzos con cereal de afrecho y pasas y pan Tobella con miel de abeja, los días postrado en medio de sabanas sospechosas de insalubridad, la mesa de noche atiborrada de los papelitos blancos de las pastillas de carbonato de litio, una muchacha que llegaba a buscarme a media tarde al diminuto apartamento con vista a la Soda de hamburguesas con queso y frijoles y yo le abría, a pesar de que su visita me despertaba de mi segunda siesta del día y de que no me había bañado, ni levantado de la cama mas que para tomar la leche y los bananos para el cereal o para darle vuelta al casette con las canciones de Alberto Córtez, en esos días yo sólo esperaba que fueran las horas de los partidos y la de la novela con Giselle Blondet; “Liliana Landaeta (nombre del personaje de la Blondet) te amo”, escribí en el cuaderno del curso que llevaba en la Universidad. El del 90 fue el primer mundial que alguna obligación me impidió seguir de principio a fin, las fechas del campeonato coincidieron con mis esfuerzos frenéticos y casi inexplicables por abrir una empresa propia, el lunes después de la final abrió la fábrica de camisas con 15 operarias, el proyecto que había iniciado desde cero hacía menos de tres meses. Fue también el mundial de alguna que era muy fiebre para eso del futbol y que se cansó de que la evadiera con mi trabajo y la consiguiente falta de atención. Ella tampoco debe leerme, las señoras casadas de esa parte de la ciudad normalmente no leen este blog. De los mundiales del 94, 98 y 2002 no recuerdo ahora mucho, (en todo caso no algo digno de contar: un choque en el carro, una fiesta para celebrar el gane de Francia, no mucho), mi vida era posiblemente una apacible caminata por los verdes pastos de la rutina o quizás no ha transcurrido suficiente tiempo para que la memoria selectiva me envíe de vuelta los recuerdos procesados y desprovistos de las cosas que ella con su vocación de editora irascible considera innecesarios o demasiado perturbadores para mi estado actual.
Entonces, si el “Photoshop” o el “Final Cut” de la memoria selectiva me ayudan, espero que esta época de dudas y dolorosas transiciones por las que ahora estoy transitando no llegue a asociarse en el futuro –si es que se llega a dar el caso- con el Mundial del 2006; la moviola autónoma de la memoria selectiva tal vez me permitirá recordarlo simplemente como el mundial de la pelada de Costa Rica.