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28.3.07

Feature writer

Ocurrió cuando preparaba un trabajo “free- lance” para la revista Zurdos de Izquierda. El “lance” era casi literalmente “free” porque ahí me pagaban en especie: cigarrillos “León” sin filtro, chancletas con suela de llanta de camión, ponchos altermundistas, camisas de manta. Yo debía hacer un “perfil” -o “dossier”, como prefería llamarle el “editor”- sobre Laelia, una mujer considerada como una de esas raras avis de la Sociología que es una ninfómana. Y en eso Laelia era toda una institución sociológica.
Para efectos del reportaje encargado empecé tímidamente a conocerla. Era una mujer en el borde de sus veintes o a inicios de los treintas, dotada por la naturaleza de un cuerpo duro que se preveía amable y hospitalario debajo de las minifaldas rojas de vinil y las camisas asedadas de mangas largas que tanto le gustaba llevar. Era más bien un poco hosca o de modales un tanto severos. Con el fin de no defraudar a los valientes que me habían asignado el proyecto procuré conocerla un poco mejor, así entendí que Laelia utilizaba un modelo de negocios similar al de las empresas de mercadeo multinivel (como Orinlife, por ejemplo), una vez que terminaba de repasar a sus compañeros de trabajo, procedía con los clientes de la empresa donde trabajaba como auxiliar contable, los incluía uno a uno; cuando comenzó a trabajar, en una firma de importación y exportación, sus amigos (como ella los llamaba sin incurrir en ningún eufemismo) se diversificaron: extranjeros, jefes de empresas, gerentes, mensajeros, contadores, motoristas. Laelia seguía luego con los empleados de los clientes de los clientes y luego con los empleados de los proveedores de los clientes, y luego con los empleados de los proveedores de los proveedores de los clientes, y así, seguía con su talento innato para crear redes de interés (el “networking” que llaman ) y ella siempre tan campante, tan seria, tan poco afable, tan proclive a chupar sus dedos en el espejo mercenario del cielo raso de algún cuarto de paso (según cuentan diversas fuentes entrevistadas para el artículo periodístico, no crean otra cosa). Al editor de la revista “Zurdos de izquierda” no les pareció el enfoque tan economicista que al final tuvo mi trabajo y lo rechazó; tuve que devolverles los cigarrillos sin filtro (en todo caso yo no fumo), las alpargatas de suela de llanta y el poncho boliviano; sólo me permitieron quedarme con las blusas de manta india que por su condición de transparentes ya habían sido utilizadas (y mojadas) en sesiones amateur de fotografía, (pero esa es otra historia). Así que le lleve el trabajo a los de la revista “Plutocracia al día”, a quienes les pareció un caso digno de estudio en las mejores facultades de administración de negocios y no dudaron en publicarlo. Claro, me pagaron también en especie: habanos poco menos que tóxicos, bolitas de golf fosforescentes y un pase de cortesía para ver los partidos de la selección defutbol en un club social exclusivo, pero, ya lo ha dicho Groucho Marx o los Les Luthiers, nunca iría a un club social en el que yo mismo fuera admitido.

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21.3.07

Tichý, el arte o la perversión






Miroslav Tichý iba para pintor pero el Régimen comunista checo le prohibió pintar.


Cuando en febrero del 48 los comunistas tomaron el poder en Checoslovaquia, Miroslav Tichý quería ser pintor, estudiaba en la Academia de Bellas Artes de Praga, con el nuevo régimen es encerrado y marginado, durante más de 15 años estuvo preso en cárceles y hospitales psiquiátricos, los camaradas lo soltaron cuando se dieron cuenta de que era un ser inofensivo, retornó entonces a Kyjov su pequeño pueblo natal , se acomodó en un sucio tugurio en las afueras, se dejó crecer la barba, el cabello, dejó de asearse; como el régimen le había prohibido pintar hizo una cámara con desechos, con pedazos de plásticos, con cajetillas de cigarrillos y empezó a fotografiar a las mujeres del pueblo: en la estación, en el mercado, en la piscina pública, sí, sobre todo en la piscina. ( ¿Cómo hubiera sido si a Vincent le hubieran prohibido pintar? ¿Qué habría hecho durante sus peregrinajes por Leiden, por las comarcas francesas?)

Un psiquiatra conocido de su familia rescató las fotos que Tichý tomó por más de 30 años a las mujeres de su pueblo ( sus rostros duros, sus cuerpos amplios; me recordaron algunos de los personajes de los cuentos del “Libro de los amores ridículos” de Kundera, otro checo, eso sí: menos esperpéntico, más contenido el escritor ). Estas fotos que Tichý tomó sólo para sí mismo, quizás sin el consentimiento de las mujeres que lo consideraban apenas el loquito del pueblo, comienzan entonces a exponerse en galerías de Zurich, de Berlín y de Nueva York; a Tichý nada de esto le interesa, ni lo saca de su covachita de siempre. Una exposición de sus fotografías enmarcadas por él mismo se realizó hace más de un año en el Museo de Arte de Zurich (luego de una de Cartier-Bresson, nada menos), esto ha hecho que ahora todo el mundo lo conozca.

Sus fotos reflejan su obsesión con las mujeres del pueblo, muestran la belleza tal y como fue creada en la fábrica del cosmos, la belleza como debió ser en el Origen, con todos sus bordes ásperos y espontáneos marcados por lo real. La turbiedad y el claroscuro propiciado por la cámara hechiza, por el lente ( un “Leicartón”, sorry no pude aguantarme la broma), por el rudimentario proceso de revelado, le otorgan a sus fotos una dimensión de irrealidad que puede estar muy cercana a la propia visión de la realidad de “indigente” de ese “loquito” sucio y barbudo que deambula por el pueblo con su cámara de pacotilla, impulsado por la insondable fuerza del arte que en pocos habita; eso es parte del misterio que hace a algunos crear, recurrir a algo por tantos despreciado por inútil como es el arte.
¿Tiene sentido el arte, el verdadero? ¿Tiene sentido para quien, bendecido o maldecido por los dioses del arte, viene al mundo con la disposición de dejarse caer en la posesiva ansiedad de la creación? Tichý no se detiene en estas interrogantes, está muy ocupado tomando fotos y poniendo coloridos marcos de cartón como para pensar en el arte. Estas divagaciones, creo yo, son tarea para otros menos pringados por los efluvios condenatorios de esos dioses azarosos y no para Miroslav Tichý, que es un artista. O un simple clochard pervertido.


Las fotos de Tichý pueden verse en:
http://www.artfacts.net/index.php/pageType/artistInfo/artist/28996

http://www.fototapeta.art.pl/
http://www.foto-faq.de/fotografie-news.htm
www.kunsthaus.ch

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19.3.07

Ricardo ahora en Internet

Asiste Ricardo Martin junto con otras personas a la fiesta de cumpleaños de su amigo Ernesto Sabato, la velada transcurre sin mayores novedades, es un encuentro entre amigos para hablar de lo que más les apasiona: la literatura. Todo sin mayor novedad excepto por la poca ortodoxia del lugar donde la fiesta transcurre: la página 447 de “Abadón, el exterminador”, la novela ya clásica de Ernesto Sabato.

Ricardo Martin es, sin embargo, real; para más señas habita desde hace más de veinte años en esa ciudad, solo un poco menos ficticia que las que se pueden encontrar en la literatura o en un duermevela febril de Escher, que es por ratos San José.
Saca Ricardo del pozo de su talento de su talento, de su contacto y aprendizaje con Sabato en su natal Argentina, el agua para darle a los sedientos por aprender técnicas para contar historias de una manera literaria. En su Taller de Técnicas Narrativas enseña a quien quiera aprender recursos para contar las historias que de la caja negra interior de cada uno puedan salir. Ricardo profiere los talleres en distintas días y lugares de la capital costarricense (tanto al este como al oeste de la ciudad), para mayores informes pueden llamarlo al teléfono 296-2047 y al inscribirse si le dicen que lo vieron en “Abadón” les regala un siempre muy útil borrador de tinta de lapicero.

Lo bueno es que ahora Ricardo también ofrece su Taller de Técnicas Narrativas de una forma personalizada por Internet para interesados en la literatura en todo el Mundo, para mayores detalles los interesados pueden escribirle a: ricardomartinfigueroa@hotmail.com
Se los recomiendo.


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5.3.07

Actuación

Flavia lo había aprendido por sí misma. Nadie nunca se lo había advertido. La habilidad más importante para la sobrevivencia social es la habilidad de actuar. (Lo raro era que algunos de los actores y actrices que había conocido llevaran una existencia tan mierda, quizás era una cuestión de grado, mucha capacidad histriónica podría causar daños irreparables en el sentido común, es posible que provocara sobrecargas dañinas para los circuitos más prosaicos). Era cuestión de tener la capacidad adecuada para la actuación. La sangre fría, que no era otra cosa que el oficio (el metier) para permanecer tan campante mientras la anfitriona de la casa relata sus naderías de mujer educada, o mientras llama por un sobrenombre cariñoso a su esposo, el dueño de la casa, sobrenombre que ahora Flavia conocía y que podría repetirle en las sesiones de sexo clandestino en las que se enfrascaban de martes por medio. Flavia esperaba que su sonrisa quedara adecuada, justa, proper, para sonreír delante de ella, la mujer que algunas mentes más rígidas podrían calificar –si supieran lo que de verdad sucedía- como su rival, la misma que la atendía con toda familiaridad. Quiso reírse cuando se acordó del viejo chiste: "Una mujer le pregunta otra: Y vos hablás con tu marido cuando tienen sexo. Sí, claro, bueno sí hay algún teléfono cerca". Pero no sonrió, disimuló, es decir actuó. Al final todo se limitaba a eso, a saber actuar. A corresponder desde afuera a la exquisita cordialidad y gentileza de esa dama con joyas tintineantes, con apenas el correcto acento, a esa cortesía que prodigaba a sus invitados, que, incluso, buscaba con Flavia una cierta familiaridad, alguna nimia complicidad entre mujeres educadas. Al final, las normas de cortesía exigen también la existencia de una capacidad de actuación. Todo es cuestión de actuar. Y el resto, bueno, ya lo dijo alguno de los Clinton (cualquiera de los dos, no importa): No es lo mismo infidelidad que deslealtad.

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